Bel Borba sin sombrero

Bel Borba camina como si estuviera bailando Samba. Sus pies se cruzan y se descruzan a medida que da pasos largos, coordinados, que van acompañando el movimiento con el que dibuja. Tiene un gran mapa en su cabeza, una figura por pintar que sólo él entiende, y nosotros como espectadores lo seguimos en su balanceo. En sus manos lleva dos botellas de agua y hace un  esfuerzo para mantener el sombrero en su cabeza. Con el agua, pinta; y el asfalto es un gran mural para quien lo ve desde arriba. Se mueve de aquí para allá atravesando el espacio, parándose en la calle y generando conmoción en la mitad de la vía que da contra el Camellón de los Mártires en Cartagena.

Un bus escolar pita descontroladamente mientras el brasileño decide mostrarle su espalda, empapada de sudor, sin ponerle atención. Otro conductor desesperado por el paro del tránsito nos grita desde la ventana diciendo “Manada de locos”, y pasa tan cerca a él que amenaza con atropellarlo. Estamos en una persecución constante detrás del bigote de Dalí en la morena cara de del “Picasso del pueblo”, como la crítica ha decidido llamarlo. Nosotros y varios civiles que se han congregado, bailamos con él sin entender sus trazos. Se nota que adora ser visto y que disfruta estar interrumpiendo en el caluroso día de los costeños. Lo dice la vitalidad de sus movimientos.

Su sombrero se ha caído. El viento le ha ganado la partida y Burt Sun, el asiático tatuado que se ha convertido en su permanente sombra, captura miles de imágenes de un Borba desprotegido y despelucado. Ya  no tiene ni su sombrero, ni su tabaco. Se ha deshecho del disfraz de “diva” con el que se reía de sí mismo horas antes en el lobby del Salón FICCI, mientras posaba para la edición del Espectador sobre el Festival. Lo hizo también para nosotros: siendo consciente de lo mucho que lo observábamos, como si fuera una pieza de arte que se ríe de quien la mira.  A decir verdad nunca prendió su cigarro, aunque al pedir fuego tuvo el pretexto para hablarnos y poner en práctica su “portugnol” chapuceado. Nosotros lo abordamos de inmediato.

Fotos de Juan David Giraldo y Nicolás Botero

“Cartagena es muy linda, muy parecida a Salvador de Bahía” dijo sonriendo mientras señalaba que se sentía en casa y que pronto volvería. Pidió también correcciones de un par de verbos enredados y sin reparar en ellas siguió hablando como pudo. Prometió intervenir Cartagena con materiales duraderos –valdría la pena preguntarle porqué escogió el agua-  y mientras hablaba con la cercanía de un amigo en la sala de su casa, vinieron a buscarlo para que entrara a la rueda de prensa del documental  “Bel Borba Aquí” en el que su trabajo y su cotidianidad son protagonistas.

Antes de que nos lo arrebataran, le contamos que habíamos visto su documental. Él sonrió agradecido. Nosotros, además de alabar los grandes murales que ha construido con retazos de valdosas y la labor social que ha emprendido con la gente de su ciudad al hacerlos, le preguntamos por sus manos -pesadas y llenas de heridas tal como nos mostró-, pues son su principal instrumento de trabajo. Sus gestos al hablar lo confirman. Borba, ahora nuestro amigo, entre risas y la sorpresa de que pidiéramos ver sus manos, contestó diciendo que por cada obra monumental se necesitan unas cuantas gotas de sangre, pero que vale la pena el sacrificio.

Hubiéramos querido seguir hablándole y preguntarle cómo costea sus obras, pues implican  millonarios números en producción. Habríamos hecho, con seguridad, la pregunta redundante y estúpida que indaga por el sentirse un verdadero artista. Nos quedamos con las ganas, pero terminamos bailando con él,  y unos días después descubrimos su intervención permanente en la Calle de la Sierpe en Gestsemaní.

Video: Canal FICCI

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