El Petronio es pura calentura.

Todo empezó con un “camine p’al Petronio” y como debe pasar con los mejores planes, fue cuestión de tomar la decisión y coger carretera. Así fue nuestra historia en Cali, poca cabeza y mucha calentura en la que El Chorro celebró durante un fin de semana .

Sin importar las doce horas de carretera que tenía por delante, salí una tarde con el objetivo de llegar al Valle del Cauca. Las horas pasaron entre música andina, bunde y pasillo, hasta llegar a la salsa. A medida que me acercaba a Cali se empezaban a oír las marimbas, las chirimías y los clarinetes. Los tonos eran cada vez más claros y el calor era cada vez más intenso.

Así como era de imponente el Pascual, lo eran también las hordas de personas que se agolpaban en pequeños grupos como esperando que algo fuera suceder. La tensión empezaba subir y el calor era cada vez más fuerte, hasta que de repente todo se liberaba en una gran explosión de energía, baile y sensualidad con las marimbas y los tambores, acompañados de las voces de hombres y mujeres que parecían como en un gran ritual africano que liberaba las más profundas pasiones.

Entrar al festival fue una sorpresa total, normalmente un festival tradicional se espera que sea una competencia de ritmos tradicionales, pero este deja ese protocolo de lado para darle espacio a la fiesta: Un espacio con más de 40 puestos de comida del pacífico, más de 20 puestos (sin contar los ambulantes) de venta de Viche (el licor del pacífico para el que no lo sepa) y otros tantos de artesanías, postres, moda y diseño.

Por eso la música del pacífico no era lo único que exacerbaba los sentidos, los sabores eran igual o más excitantes que sus sonidos. La empanada de piangua, el ceviche de camarón, el encocado, la cazuela de mariscos y el tamal de tiburón o de camarón hacían de la comida una experiencia que estremecía el cuerpo.

El calor seguía subiendo y no había nada mejor que un viche para nublar los sentidos. Un licor de caña que llevaba a la euforia y que hacía mover cada extremo del cuerpo al ritmo de los tambores y las marimbas. Pero si eso no era suficiente, se podía tomar un trago de arrechón o tumba catre, una mezcla de borojó y chontaduro que era candela pura.

Ante la falta de melanina de varios rolos, no se puede hacer más que intentar mezclarse a través la música y el movimiento del cuerpo, dejándose llevar por las mujeres que con su movimiento de cadera enloquecían a más de uno. El baile y el sabor era algo que indudablemente se llevaba en la sangre y que contagiaba a todos aquellos que como nosotros nos dejábamos tocar.

Toda esa energía liberada no podía terminar de otra forma que con el desenfreno total y eso en Cali es sinónimo de la “Calle del pecado”. Un pequeño corredor del centro de la ciudad en el que se desatan las pasiones sin ningún tipo de restricción o prejuicio.

Después de la calentura, no queda sino el guayabo y los rezagos del carnaval. Y mientras regresábamos en dos carros un poco más silenciosos apoyados por la salsa, el pasillo, el bunde, la música andina y esta vez un poco de soka, rock y numetal, quedaba retumbando en la cabeza de cada miembro de este viaje la frase de la canción de Patricio Romano Petronio Álvarez Quintero en las mejores voces del Pacífico: “Bello puerto de mar mi Buenaventura” por la que todo esto empezó.

Fotos: José Daniel Serrano, Laura Torres, Valentina Peña y  Daniel Cortázar.

¿Quedaron antojados? Acá les damos más razones para ir en este video

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