Los pocos días que estuvimos en Berlín no fueron suficientes. Hasta el momento solamente en París fue necesario tomar metro para ir de un lugar que queríamos visitar a otro para poder aprovechar los días, pero Berlín tiene tanto por ver que es imposible no utilizar el metro varias veces al día. Todo lo que nos habíamos podido ahorrar en transporte urbano caminando en las ciudades fue imposible de lograr en esta ciudad.
Claro, es normal, una ciudad que estuvo dividida durante tanto tiempo tiene lugares increíbles en cada extremo. Además aún hoy en día refleja por completo como esa división cambió la ciudad, cambió a la gente y los hizo más amables, más unidos y más tranquilos. Tanta imposición durante tanto tiempo y tanto miedo que tuvieron los hace hoy en día una ciudad mucho más abierta. Por eso es que la mayoría de inmigrantes habrán llegado allá, o por eso será que la mayoría de artistas alemanes quieren estar en esta ciudad, por eso es considerada la ciudad que dentro de unos años será la más importante de Europa en temas culturales. En términos económicos es una de las ciudades más económicas de todo el continente, tiene poca industria así que la inversión interna es muy baja y la afluencia de gente depende principalmente de las universidades y los estudiantes extranjeros.
El simple hecho de pasar de Potsdamer Platz a Alexander Platz y descubrir los sellos arquitectónicos de cada lugar, Oeste y Este respectivamente, demuestra una historia impresionante de la ciudad.
Desde nuestra llegada la amabilidad de la gente se sintió. Nos hospedamos en un lugar cuyo nombre lo explica todo: Davids Little Cozy Moonshine Palace, un hostal que más bien parece un escampadero de Couch Surfers. David adecuó su casa, ubicada en una esquina al norte del Tiergarten en el barrio Moabit, y adecuó dos o tres apartamentos cercanos para disponerlos con habitaciones. Nos recibió un hombre bastante amable que andaba descalzo por el hostal y que nos explicó de forma muy corta cómo funcionaba la cosa: él nos entregaba una llave al hostal por si llegábamos tarde, pues él se iba a dormir y cerraba, nos entregó las llaves de la habitación y nos llevó hasta ella, una habitación que no quedaba dentro de la casa del hostal sino en un apartamento al lado, es decir cada vez que queríamos ir a la recepción teníamos que salir del edificio y caminar hasta la esquina donde estaba la “sede central” del hostal, no era mucho lo que teníamos que caminar pero no dejaba de divertirnos todo el asunto.
Berlín, una de las ciudades donde de verdad me gustaría pasar una larga temporada y descubrir todos esos pedazos de historia y convivir con esta gente tan amable que hoy en día no considera que alguien pueda hacerles mal, hasta el punto que te dan las llaves de su casa por pagar la módica suma de 7 euros la noche.