De vuelta a la vida real

Salí de mi casa hace cuatro meses con más expectativas que certezas.  Sin rumbo fijo y con mucho equipaje, tal vez mayor al que debí haber llevado, crucé la puerta de mi casa con destino al aeropuerto esperando con ansias que iniciara esa nueva etapa de mi vida a la que llamaré de ahora en adelante mi momento de locura.

 De que otra manera se podría describir la decisión de dejarlo todo: el trabajo, los amigos, la familia y hasta el perro, para tomar algunas cosas y salir a descubrir un nuevo mundo, aquel que sólo se puede comprender cuando se enfrentan situaciones difíciles que no las podrías experimentar en la comodidad de mi casa y lograr así conocerte realmente, saber de qué eres capaz y hasta dónde puedes llegar.

¿Que si el viaje me cambió la vida? Tal vez no, pero logré conocer cosas de mí que antes no conocía o por lo menos no había visto. Me enseñó a no conformarme con lo que tengo, y no me refiero a cosas materiales, sino a vivir nuevas experiencias y ponerme nuevos retos.  Nada más sencillo  que acomodarnos plácidamente en esa zona de confort en la que creemos que controlamos lo que sucede a nuestro alrededor para que la vida se encargue de recordarnos que es muy poco lo que tenemos en nuestras manos.

Mi invitación es entonces a que emprendamos un viaje sin retorno en el que nos pongamos a prueba y dudemos de todo aquello en lo que creemos o pensemos correcto. A que entremos en un estado de constante movimiento y asumamos nuevos retos que nos permitan entendernos más a nosotros y a los demás.

Por lo pronto, me despido de la hermosa ciudad de Rio de Janeiro. De su cachaza, sus playas, sus garotas, su asai, su samba en lapa y todos aquellos amigos que jamás olvidaré. Más liviano y con menos reales entre el bolsillo  salgo ahora con destino al aeropuerto que me vio partir, con deseos de enfrentar esa nueva aventura que llamo la vida real.

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