Gracias por su colaboración

motoEra casi media noche en la ciudad de Bogotá. Cerca de la carrera novena, en el norte de la ciudad, se desplazaban dos motos a toda velocidad por la calle 85 con rumbo a la autopista. Llevaban consigo un botín de 80.000 pesos arrebatado a un joven que caminaba por la calle y que no tuvo más remedio que entregarlo sin poner resistencia.

Unas horas antes, este joven había salido de su casa con rumbo al norte de la ciudad, donde se suponía iba a encontrarse con unos amigos para tomar algo.  Antes de salir, sacó una pequeña bolsa plástica que con el brillo de la luz tomaba un tono verdoso opaco.  Ese día el trabajo había estado pesado y después de tomar una ducha y comer algo, lo único que lo hacía sentirse mejor era salir a caminar por la ciudad y poderse fumar uno de esos cigarrillos que “me despejan la mente y hasta me dan risa.”

Aunque no era un consumidor recurrente, sí disfrutaba fumar de vez en cuando mientras salía a caminar. En este caso, mientras iba a encontrarse con sus amigos. Fue así como sin ningún reparo sacó su “bala”, la llenó con lo que llevaba en su bolsa, la prendió y tomó una fuerte bocanada. Generalmente eso era suficiente para quedar satisfecho, así que, una vez hecho esto, continuó su camino por la carrera séptima.

Mientras caminaba solía preguntarse por qué debía fumar a escondidas, por qué tenía que actuar como un delincuente si no estaba haciendo nada malo o por lo menos no le estaba haciendo daño a nadie.

Después de divagar por varios minutos cayó en cuenta que estaba muy cerca de llegar pero notó que sus amigos no llegarían allí sino hasta después de media hora. Decidió continuar su caminata. Unas cuadras más adelante encontró un parque vacío y decidió echarse ahí un “plon”. Repitiendo el proceso, volvió a sacar su pipa, la llenó de hierva y tomó otra de esas bocanadas que a veces le quemaban la boca.

Sin darse cuenta, dos motos de policía lo venían persiguiendo unas cuadras atrás, sigilosamente, como esperando a que se descuidara. En el mismo instante en el que percibieron ese olor espeso, prendieron las luces y lo acorralaron; como un lobo acorrala a su presa. Dos hombres gordos y con cara de pocos amigos se bajaron de una de las motos. Mientras que en la otra, otros dos seguían con los cascos puestos y con el vehículo encendido por si algo pasaba.

requisaAlgo ingenuo, nuestro amigo preguntó cuál era el problema. Él no sabía mucho de leyes, pero había oído en las noticias que habían despenalizado el consumo personal y sabía también que no tenía mayor droga en su poder. Ante la pregunta, los oficiales tan solo rieron  y sin mayor explicación uno de ellos llamó a la central para solicitar una patrulla y llevarlo a la Unidad Permanente de Justicia, UPJ.

Por más que intentó razonar con los policías, ellos no querían ceder. La cosa estaba clara,  no estaban ahí para discutir el tema, solo querían plata. Pasados varios minutos uno de los policías, cansado de la situación, le dijo al joven que se lo tenían que llevar a menos que arreglaran de otra manera.

Sabiendo perfectamente a lo que se referían e imaginándose el panorama que se le venía encima en la UPJ, nuestro amigo decidió mirar su billetera mientras los amables policías le decían que no tenía que sacarlo todo, sólo lo que él considerara suficiente para que ellos quedaran satisfechos.

Presenciando el peor atraco de su vida, no tuvo más remedio que entregar todo su dinero, alrededor de unos 80.000 pesos, y observar atónito cómo lo robaban. Después de contar la plata, actuando como el peor de los malhechores, aquel policía se subió de un salto a la moto, cerró su casco y gritó mientras su compañero aceleraba: “gracias por su colaboración”.

 

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