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El Dorado encontró galería

Hoy por hoy la joyería sigue siendo y parece que seguirá siendo uno de los espacios de moda más importantes en el mundo. Los artículos de decoración personal son tal vez uno de los espacios más explotados por diseñadores de moda por ver en él un nicho de mercado específico muy provechoso por la cantidad de dinero invertida por parte de los clientes en estos artículos. Desde los pequeños productores, joyeros o artesanos hasta las grandes casas de diseño como Tiffany’s y Cartier.

Sinceramente yo no era muy consiente de esta fiebre por la joyería de lujo que hoy en día aún existe y por la cual la gente pareciera matarse para adquirir productos hasta que entré en las Galerías Lafayette en París. En un espacio de 65.000 m2, el Boulevard Haussmann, en pleno centro a pocos minutos del Louvre y justo detrás de la Ópera, reúne las tiendas más importantes de moda francesas, 62 para ser exactos, 59 de ellas francesas y otras tres europeas. El Boulevard, como la mayoría de edificios parisinos, es de una belleza comparable únicamente a los edificios que lo rodean. Su majestuosidad sorprende desde la entrada y su cúpula, lo más famoso de ella, impacta tan pronto uno la descubre al levantar la mirada al techo. Sin embargo, lo que más asombra son la cantidad de turistas “chorriando baba” por la cantidad de artículos como si estuvieran en una tienda de dulces. Al principio no me sorprendió tanto hasta que llegué a la sección de joyería y vi las vitrinas repletas de artículos fabricados en oro y diamante de tamaños exagerados y diseños bastante ostentosos. Los compradores miraban las joyas con ansias, como ladrones admirando un botín, y entraban a las tiendas dispuestos a pasar la tarjeta de crédito a las cuotas que fuera necesario para adquirir las piezas. El mercadeo de las tiendas está muy bien manejado definitivamente y sus excesos son usados para llamar la atención tratando siempre de bordear los límites de lo estrambótico hasta el punto en que para la navidad pasada abrieron la tienda con una modelo sobre un elefante. Ahí fue donde pensé: El Dorado encontró su bodega (y pienso en El Dorado no como esa leyenda bonita que nos aprendemos de niños sino como la consecuencia de un continente explotador de nuestros recursos desde el año 1500).

Viniendo de un país como el nuestro, donde hoy en día no nos matamos tanto por la coca sino más bien por el oro, no pude parar de pensar en la barbarie que genera esta fiebre del oro y estas ganas de llenarse de un producto que de entrada es costoso pero al que le suben el precio por un supuesto diseño auténtico. Las joyas en promedio estaban entre los 1.000 y 20.000 euros según la cantidad de oro puro que contenían. En este momento el gramo de oro está en menos de 50 dólares lo cual implica que las joyas pueden aumentar su valor en más de un 300%.

En Colombia se producen aproximadamente 40 toneladas al año y somos sólo el país número 10 en producción del metal con un valor comercial de unos 1,55 billones de dólares. Aún así, las regiones donde se extrae oro son las más conflictivas y donde más barbaries han habido en los últimos años además de ser las que registran niveles de insatisfacciones básicas más altas. Estas regiones, militarizadas, paramilitarizadas y guerrillerizadas sufren la guerra a diario donde agentes del gobierno buscan establecer soberanía para entregar concesiones (caducas en muchos casos por razones de cuidado ambiental) con guerrilleros y ex paramilitares que hoy en día se financian con oro ilegal o que lavan el dinero de los narcotraficantes con inversiones en minas legalizadas.

En este momento se han entregado 130.000 hectáreas de páramos para explotación minera y existen solicitudes para otras 553.298 hectáreas, en las Zonas de Reserva Forestal alcanzan 1 millón 300 mil hectáreas con solicitudes para otras 264.140 hectáreas. Además hay al menos 37 casos de títulos mineros que se superponen con territorios de Parques Naturales.

A esto se le suman las titulaciones ilegales de grupos al margen de la ley imposibles de medir que, como en otros países, ocupan un alto nivel de producción que, por ejemplo, en países como Bolivia parecen alcanzar hasta el 47% del total de producción anual nacional a pesar de los esfuerzos nacionales por encontrar esas minas y legislarlas.

El problema del oro no sólo implica el ambiente con la contaminación directa que hace al utilizar productos como el cianuro y el mercurio para extraer el oro de los ríos y minas. Estos productos además suelen entrar en contacto directo con los mineros que los utilizan y en los casos de minas artesanales suele ser peor, argumento que utilizan las grandes empresas para hacer grandes inversiones en zonas conflictivas.

Aproximadamente el 10% de todo el oro (el legal, claro) se distribuye para las joyerías, el resto lo compran estados y personas adineradas para evitar la pérdida de su riqueza por las fluctuaciones de las monedas como una manera de proteger su patrimonio con un producto cuyo valor no disminuye. Esto no implica, creo, que las joyerías deban ser ajenas al problema social al que se enfrenten y no obstante en sus páginas web se habla de compra de oro en buenas condiciones ambientales y sociales pero su falta de información deja mucho que desear.

Todos estos datos los leo después de entrar a las galerías Lafayette en París y de salir impresionado con la manera en que la gente busca elementos artísticos como éste (que más allá de que me gusten o no, de que me parezcan ostentosos o no, son parte de las expresiones artísticas de la cultura) y sufre la fiebre del oro por obtener un producto de lujo que lo diferencie de los demás y lo haga sentir especial así tenga que pagar con la muerte de nuestro ecosistema y de nuestras sociedades. Precisamente es que una de las funciones del arte más importante es generar identificación en las personas y darles un sentido de comunidad. Por esta razón, como creadores, debemos entender la magnitud política y social que puede generar lo que hagamos desde las ideas impregnadas en el mismo hasta los productos que utilicemos para fabricar ese sueño, ese lujo.

Lafayette me impresionó desde su entrada, pero más que eso me dio para pensar sobre la creación artística y como, de manera indirecta (o no), puede influir socialmente a nuestro planeta.

Por: Daniel Cortázar (@decortz) y Laura Torres (@laut910)

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