Mientras huíamos del carnaval

Los carnavales en Latinoamérica tienen la particularidad de ser celebraciones que recogen costumbres españolas, indígenas y africanas. Esto hace de estas fiestas algo bastante particular porque van desde el arreglo de máscaras y vestidos, hasta el descontrol y desenfreno, producto del excesivo consumo de alcohol.

En Bolivia el carnaval más importante se lleva a cabo en la ciudad de Oruro los primeros días de febrero. Como la mayoría de carnavales, se realiza antes de la cuaresma (según la tradición católica) lo que les permite cometer todos los pecados posibles y después pedir perdón y arrepentirse por los excesos. También se celebra  el inicio de la temporada de cosecha, por lo cual los locales piden a la Pachamama que les dé mucha agua para los cultivos.   Esta fiesta se celebra en todas las ciudades bolivianas y en la mayoría de ellas sus habitantes simplemente aprovechan para hacer desorden en las calles y emborracharse hasta la inconsciencia.

Ese fue más o menos el contexto en el que llegamos a la ciudad de Sucre. Al ser dos extranjeros desprevenidos caminando por el centro de la ciudad, éramos el blanco perfecto de niños armados con bombas y pistolas de agua. Después de pasar todo un día escondiéndonos de los chorros que nos disparaban desde los carros  y las bombas que nos caían desde las terrazas de las casas, decidimos que lo mejor era salir de la ciudad lo antes posible, por lo menos hasta que terminaran las celebraciones.

Tomamos el primer tour que nos ofrecieron que consistía en un viaje de un día al pueblo indígena de Maragua. Se suponía que el viaje sería corto, caminaríamos a través de un camino Inca y allí nos recogería una micro para llevarnos al pueblo. Con lo que no contábamos era con que las vías en Bolivia eran muy malas y que podían colapsar con la más mínima llovizna. Y, como era de esperarse en época de invierno, durante nuestro camino de regreso a la ciudad de Sucre empezó a llover y el micro quedó atascado en el barro.

Después de casi 4 horas de intentar sacar el vehículo, finalmente decidimos volver porque ya estaba anocheciendo y estábamos a una hora de camino a pie hasta Maragua.  Tarde en la noche llegamos al pueblo y al no tener dónde hospedarnos, terminamos pidiendo posada en un pequeño rancho en el que por 14 bolivianos, algo así como 2 dólares, nos daban una sopa de maíz y un mate de coca para el frío.

Tal vez por lo concentrados que estábamos en desvarar el carro el día anterior no notamos el paisaje que teníamos a nuestro alrededor. Maragua está ubicado en el centro de un cráter de meteoro, lo que hace que sus montañas brillen con diferentes colores producto del efecto que causa la luz sobre los minerales.  Así que al día siguiente nos despertamos con un maravilloso paisaje,  siendo testigos de cómo salía el sol sobre montañas de  mil colores.

Después de ver por unos minutos el amanecer y de recorrer algunas de las calles del pueblo, salimos de nuevo en búsqueda del micro. Ya con la tierra un poco más seca y el camino algo más estable, logramos darle el último empujón al bus para sacarlo del lodo y de esa manera poder continuar nuestro camino de regreso a Sucre.

Si bien la experiencia no era exactamente lo que habíamos planeado, terminamos pasando la noche en un pueblo indígena y viendo el mejor amanecer que recuerdo haber visto en mucho tiempo. Creo que de las experiencias más difíciles siempre terminan saliendo las mejores historias y creo que esta no fue la excepción.

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