
Llevábamos casi 20 horas de viaje sin parar, así que dejamos las maletas en la parte de arriba de nuestras sillas y nos echamos a dormir, lo de siempre. No nos despertamos sino hasta nuestra llegada a Puno. Fue ahí donde descubrimos que una de las maletas ya no estaba. Había desaparecido con el pasaporte de mi novia adentro y sin eso era imposible salir de Perú y continuar nuestro paseo.
Un poco perturbados por lo que había sucedido y sin saber muy bien qué hacer, salimos a buscar la primera estación de policía para poner el denuncio. Una vez hecho esto, sólo faltaba hablar con la persona encargada en el Ministerio de Relaciones Exteriores, con el objetivo de recibir instrucciones sobre lo que debíamos hacer para continuar. La primera respuesta que recibimos fue que teníamos que volver a Lima para conseguir un nuevo pasaporte. Pero ya llevábamos casi una semana desde que pasamos por la capital y devolverse implicaba muchos gastos y un serio retraso en nuestro itinerario.
Como sabrán, en Latinoamérica siempre existe una segunda opción. Así que al ver nuestra cara de desilusión, la señorita del mostrador nos dijo que no nos preocupáramos, que teníamos otra forma de lograrlo. En ese momento hizo una llamada y al terminar nos dijo que saliéramos lo antes posible para ese pueblo que tiene nombre de aguas sucias. Allí nos iban a ayudar.
Sin pensarlo, tomamos el primer taxi y nos fuimos a la terminal con rumbo al último rincón del Perú. Fue un viaje de unas 5 horas aproximadamente, en las que cruzamos el Titicaca, lo que pasamos por alto por ir pensando en el problema que teníamos encima. Desaguadero, es un pueblo que sólo sirve como paso fronterizo entre Perú y Bolivia, como si hiciera alusión a su nombre. Es algo así como muestran en las películas el paso por el hueco hacia los Estados Unidos o tal vez peor, porque entre los dos países sudamericanos sólo existe un puente a punto de caerse que hace de frontera.
Del lado peruano, nos atendió un hombre que nos ofreció ayuda a cambio de unos cuantos dólares para papeleo y gastos varios. Una vez hicimos el desembolso, nos firmó los papeles de salida y pudimos continuar. Del otro lado la cosa no fue más fácil, unos amables guardas de migración nos requisaron hasta donde pudieron y después de varios minutos finalmente nos dejaron pasar.
Estamos por fin en Bolivia, camino a La Paz, luego de haber sidos desaguados y con una gran lección a cuestas: Estaremos siempre expuestos, lo importante entonces es saber reaccionar rápido para que no se dañe el paseo, así sea necesario dar un paso atrás para volver a comenzar.
Después de haber pasado por lo más difícil espero poder continuar con mi itinerario de viaje y regresar al Lago Titicaca para poderlo apreciar con un poco más de calma. Nos quedaremos unos días en la capital boliviana para organizarnos y retomar la ruta.