Poder volver a Cuzco tenía para mi otro significado, algo así como una revancha o la oportunidad de poder ver todo lo que me había perdido la primera vez que vine hace unos años. Esta vez quería recorrer las calles con calma y poder disfrutar de la ciudad tanto como lo había querido aquella vez.
Todo de lo que me acordaba de esta ciudad había cambiado. Los paisajes de color café y las casas de adobe eran remplazados por una tupida vegetación que lo cubría todo. Esto se debía a que la mayoría de zonas de sierra tienen dos estaciones: verano e invierno. Durante estos primeros semestres del año no deja de llover y el clima se hace frío y húmedo. Así nos recibió una de las ciudades más interesantes y misteriosas del Perú.
Pero mi regreso al Cuzco no terminaba con la visita a la ciudad, tenía otro tema pendiente y era poder ver Machu Picchu pero ahora desde la montaña que siempre acompaña a la ciudad Inca, Wayna Picchu. Así que continué mi viaje adentrándome en la sierra con rumbo a las ruinas.
Esta nueva visita no sólo se diferenciaba por el nuevo paisaje con el que me había encontrado, sino con el hecho de querer hacer las cosas de otra manera. Quería buscar otra forma de poder llegar a Machu Picchu y que mejor forma que haciéndolo a pie. Después de ver varias posibilidades, la que mejor se ajustaba a mi presupuesto y al tiempo que tenía para llegar era la caminata de aproximadamente dos horas desde Hidroeléctrica hasta Aguas Calientes, seguida por un ascenso por la montaña, hasta llegar finalmente a Machu Picchu.
Algo escéptico de poder lograrlo, salí muy temprano de Cuzco con rumbo a Ollantaitambo. Unas horas más tarde y después de pasar por un camino destapado al borde de la montaña, llegué por fin a Hidroeléctrica. Desde ahí, caminé por la vía del tren hasta llegar a Aguas Calientes. Algo cansado, dormí la primera noche en el pueblo y a la madrugada del día siguiente, antes de que saliera el sol, ya estaba listo para entrar por el puente que abre el camino hacia Machu Picchu.
Después de subir varios escalones de piedra y arreglármelas con la humedad y lo difícil del terreno, finalmente logré llegar caminando a la ciudad Inca. Pero ese no era el objetivo final de mi viaje: debía llegar al punto más alto desde donde se puede observar la ciudad, debía llegar hasta la cima de Wayna Picchu.
A las 10:00 am, hora de ingreso señalada en el ticket, tomé la ruta a la montaña que se hacía aun más complicada por la lluvia que no dejaba de caer y por el barro que había cubierto los escalones. Ayudándome de cuerdas y barandas instaladas en el camnino y con uno que otro empujón de algún escalador experto, fui sorteando cada uno de los obstáculos hasta que logré llegar al punto más alto de la montaña.
Finalmente lo había logrado, había tocado la punta del Wayna Picchu. Pero el tiempo no me ayudaba y la neblina que me había acompañado durante todo el paseo no me permitía ver la ciudad. Casi media hora después y llegando el medio día, las nubes se empezaron a abrir y durante unos pocos minutos pude ver la ciudad de Machu Picchu en todo su esplendor, haciendo que todo ese esfuerzo valiera la pena.
Ahora sólo tenía que desandar lo andado y debía volver caminando, con la satisfacción de haber logrado llegar al punto más alto desde donde se puede ver la ciudad Inca y haber logrado cumplir con el objetivo que me había trazado desde esa primera vez que llegué al Cuzco.