De túres y desventuras en Arequipa

No sé si fue por el cansancio o porque nos ofrecían pagarnos el transporte hasta el centro de la ciudad, pero en esta ocasión no salimos a tomar el transporte público para buscar el hostal por nuestra propia cuenta. No, esta vez aceptamos la oferta de un guía de turismo que nos abordó en el terminal, nos prometió un buen lugar dónde quedarnos y unos cómodos toures por la ciudad y sus alrededores.

La cosa empezó bien, nos fuimos hablando con Dylan desde la estación de buses hasta el pequeño hotel. Su primera promesa se cumplió, por el mismo precio de cualquier otro hostal de menor caché teníamos acceso a baño privado, agua caliente y tres camas. Sin embargo, en este tipo de viajes lo único que se alcanza a disfrutar es el baño de agua caliente.

El tour lo aceptamos pensando en que podíamos ahorrar un poco de tiempo.  Nos recogieron en un bus frente a nuestro hotelito con destino al centro de Arequipa y un molino a las afueras de la ciudad. Nos sentíamos como unos verdaderos turistas gringos,protegidos de la inclemencia del ejercicio y la muchedumbre, mientras conocíamos estas exóticas tierras. Sin embargo, el conductor parecía tener algún problema intestinal pues pasó tan rápido por el centro histórico que lo único que logró ese tour fue obligarnos a volver y recorrer a pie su calles. Unos minutos más tarde llegamos al Molino de Sabandía, un edificio restaurado del siglo XVIII, con llamas en sus jardínes y perfecto para hacer picnics. La verdad, el sitio fue tan chimbo, que lo único en que pensábamos era en volver para poder conocer la ciudad así fuera en la noche.

Con esa primera experiencia del tour de Arequipa, no esperábamos nada mejor para el siguiente día. La idea era salir muy temprano con rumbo al Cañón del Colca, uno de los más grandes del mundo, y donde tendríamos la posibilidad de ver cóndores. Con muy pocas expectativas nos montamos muy temprano en el micro. Los paisajes empezaron a mejorar el interés por el paseo, era la primera vez que veíamos montañas en Perú y estas sí que eran impresionantes. A medida que subíamos podíamos ver grandes  picos nevados, el aire se hacía cada vez más frío y ya la altura se empezaba a sentir. En el recorrido alcanzamos a llegar a los 4800 metros de altura y después de tomar té de coca y chasquear algo de hojas durante el camino, llegamos finalmente a Chivay, el pueblo más grande del cañón.

Esa tarde salimos a tomar algo en la plaza y después de toparnos con Oyanta Humala (presidente del Perú) que estaba de visita en la ciudad, comimos en uno de los restaurantes típicos de Chivay. Allí oímos música de los Andes y vimos los bailes representativos de los indígenas de la región. En ellos se acostumbra vestir a los hombres con trajes de mujeres, y yo soy uno de los afortunados que puede decir que bailó el Condor Pasa con una enorme falda y una especie de poncho en mis hombros.

La mañana siguiente salimos con rumbo al punto desde el cual nos habían dicho se podían ver los cóndores volar. Fue un largo camino de trochas que bordean las montañas el que finalmente nos dejó en La Cruz del Cóndor. Yo no tenía muchas esperanzas, nos habían dicho que esas aves sólo aparecían de vez en cuando para buscar carroña y no creía que ese fuera uno de esos días. Después de casi una hora de espera finalmente  pudimos ver  uno de los cóndores sobre volar el Cañón. Ese animal es definitivamente una  ave majestuosa, con las alas extendidas mide casi tres metros de ancho y teniéndolo a no más de diez o quince metros de distancia se ve realmente imponente. Ese momento, sólo ese momento, recompensó el peor plan turístico de mi vida. El cóndor pasó sobre nosotros varias veces y junto a él se podía ver el cañón de fondo, un momento realmente inolvidable.

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