A Chile le gusta cantar. Hace unos años, con el episodio de los 33 mineros atrapados durante 69 días, todos coreaban “Chi chi chi le le le, los mineros de Chile”. Y así se salvaron, en medio de la proeza internacional que fue sacarlos de semejante hueco. Varios – al menos yo- también cantamos viendo la transmisión en directo del sufrido rescate. A Chile le gusta cantar y yo salí tarareando de la sala de cine en la que se presentó por primera vez en Colombia, durante el FICCI, la película chilena “No” protagonizada por el mexicano Gael García y dirigida por Pablo Larraín.
Quién lea apenas los primeros párrafos de este reseña se imaginará una película rosa al estilo de los músicales de Broadway contando los por menores políticos como escuetos cotilleos de pasillo. Y no, la cosa va más allá de eso. Quizás, la virtud de esta historia radica en que es una muestra -otra más- de que los chilenos han sabido cantarse sus tragos amargos y construir nación – o al menos sentimiento de patria- en la fuerza que los lleva a tararear con alegría. Y bueno, sin ser ingenuos, se hace evidente que estamos ante el poder de un jingle que representa un discurso político bien construído, que además supo ganarle al discurso oficial de un Agusto Pinochet que aquí parece ser el títere de un partido que poco sabe de medios.
El punto, sin embargo, es que el guión de Pedro Peirano, adaptación de la obra de teatro Plebiscito de Antonio Skármeta junto a una exhaustiva investigación histórica, no se distrae en la alegría de los cánticos y está silenciosamente trastocado por los dolorosos eventos reales de la dictadura, que se ponen en evidencia por sí mismos y sin necesidad de un exacerbado amarillismo. En esta película no hay sangre; la remplaza la agresión de una élite contra los derechos humanos y la dictadura, tan omnipresente cómo callada. Este logro se reafirma con la forma en que se dispusieron las cámaras en función de recrear todo el peso histórico: se filmó en el soporte de video U-matic 3:4, que se usaba a fines de la década de 1980, por lo que el material documental se entremezcla perfectamente con el ficcional.
En la sala de proyecciones del Centro de Convenciones de Cartagena, para su lanzamiento en Colombia, apareció el pequeño actor que caracteriza al hijo de Gael García en la película y cuyo papel es clave para humanizar al dueño del victorioso discurso. Palabras más, palabras menos, al presentar la pieza, dijo que las secuelas de dictadura todavía duelen en Chile y que es necesario que el mundo lo sepa. El público colombiano enternecido, claro, estalló en estruendosos gritos de apoyo. Esta vez, sin cánticos pero con la plena certeza de que en Chile la alegría ya vino, con todo y el acento que hace que el español por momentos parezca jeringonsa.