A Chile le gusta cantar. Hace unos años, con el episodio de los 33 mineros atrapados durante 69 días, todos coreaban “Chi chi chi le le le, los mineros de Chile”. Y así se salvaron, en medio de la proeza internacional que fue sacarlos de semejante hueco. Varios – al menos yo- también cantamos viendo la transmisión en directo del sufrido rescate. A Chile le gusta cantar y yo salí tarareando de la sala de cine en la que se presentó por primera vez en Colombia, durante el FICCI, la película chilena “No” protagonizada por el mexicano Gael García y dirigida por Pablo Larraín.
“Chileeee, la alegría ya viene” así suena la campaña por el “No”, tal como el título lo indica, del plebiscito que se firmó en Chile en 1988 contra la dictadura de Pinochet y que derrocó al “Sí” con los edulcorados colores de una bandera arcoíris . Y esa es la historia que usted va a ver durante los 90 minutos que dura la pieza cinematográfica: la del publicista, una persona común y corriente, que debe jugársela toda en escasos minutos televisidados para lograr conseguir los votos suficientes y, con el cambio de constitución, revocar al dictador. Ya desde el comienzo sabemos que el objetivo se logra, tal como lo anuncia un primer pantallazo que nos deja leer los datos consensuales que indican que la dictadura cae. Sin embargo, el espectador no alcanza a adelantarse a los vericuetos detrás del proyecto mediático que propone la oposición.
Quién lea apenas los primeros párrafos de este reseña se imaginará una película rosa al estilo de los músicales de Broadway contando los por menores políticos como escuetos cotilleos de pasillo. Y no, la cosa va más allá de eso. Quizás, la virtud de esta historia radica en que es una muestra -otra más- de que los chilenos han sabido cantarse sus tragos amargos y construir nación – o al menos sentimiento de patria- en la fuerza que los lleva a tararear con alegría. Y bueno, sin ser ingenuos, se hace evidente que estamos ante el poder de un jingle que representa un discurso político bien construído, que además supo ganarle al discurso oficial de un Agusto Pinochet que aquí parece ser el títere de un partido que poco sabe de medios.
El punto, sin embargo, es que el guión de Pedro Peirano, adaptación de la obra de teatro Plebiscito de Antonio Skármeta junto a una exhaustiva investigación histórica, no se distrae en la alegría de los cánticos y está silenciosamente trastocado por los dolorosos eventos reales de la dictadura, que se ponen en evidencia por sí mismos y sin necesidad de un exacerbado amarillismo. En esta película no hay sangre; la remplaza la agresión de una élite contra los derechos humanos y la dictadura, tan omnipresente cómo callada. Este logro se reafirma con la forma en que se dispusieron las cámaras en función de recrear todo el peso histórico: se filmó en el soporte de video U-matic 3:4, que se usaba a fines de la década de 1980, por lo que el material documental se entremezcla perfectamente con el ficcional.
El ángulo y el tratamiento se aplauden en este proyecto, pues hacen que un tema reiterativo vuelva a tener algo de validez ante un espectador agobiado por la cantidad de productos de la pos-dictadura. Sin duda, nadie puede dictaminar cuándo es el momento adecuado para que una sociedad deje de exorcizar sus penas por medio del arte, pues para eso está hecho. Pero valdría preguntarse si fue por eso mismo que “No” no mereció el Oscar al que estuvo nominado como mejor Largometraje extranjero; y si entonces la apuesta del cine comercial se está inclinando hacia dramas universales de la vida corriente, cómo lo intenta recrear “Amor”, quien se llevó el galardón para el 2013.
En la sala de proyecciones del Centro de Convenciones de Cartagena, para su lanzamiento en Colombia, apareció el pequeño actor que caracteriza al hijo de Gael García en la película y cuyo papel es clave para humanizar al dueño del victorioso discurso. Palabras más, palabras menos, al presentar la pieza, dijo que las secuelas de dictadura todavía duelen en Chile y que es necesario que el mundo lo sepa. El público colombiano enternecido, claro, estalló en estruendosos gritos de apoyo. Esta vez, sin cánticos pero con la plena certeza de que en Chile la alegría ya vino, con todo y el acento que hace que el español por momentos parezca jeringonsa.