Decaída de una tradición perdida


luchadores2Kevin Estrada, un niño de 7 años nieto de Eduardo Estrada, canta con un ritmo infantil: “¡Ese abrigo es de mujer!, ¡Ese abrigo es de mujer!” mientras que El Gemelo Diablo, uno de los 4 hijos de Eduardo y padre de Kevin, se pone una gabardina café y su máscara negra decorada con unos labrados amarillo y rojo que fingen fuego en los ojos, la boca y el cuello, para simular la entrada de un luchador al ring, acompañado por su hijo que usa una máscara (igual a la de su padre, pero de una talla mucho más pequeña y con un ligero cambio en el diseño).

Fue Eduardo quien, con afán, acabó la conversación que sosteníamos, para darle a su hijo el abrigo, que sacó de una pequeña bodega ubicada al lado izquierdo del corredor de entrada de su sastrería, para que él y su hijo, cada uno usando su máscara, entraran al establecimiento y fueran grabados y fotografiados como los grandes luchadores; como El Santo en sus películas.

Su sastrería queda en un tercer piso de un edificio del centro de Bogotá, sobre la carrera séptima con veintiuna y en ella hay, además de esta bodega, un salón donde trabaja sobre una mesa de madera que está protegida con un vidrio. Bajo éste hay una colección de fotos que recuerdan esa época dorada en la que la lucha libre estaba en auge en Colombia y el paso de Eduardo por este deporte. También hay una oficina con cajones llenos de zapatos y unos estantes tapados por telas en su mayoría de paño e importadas.

Suele usar camisas de colores oscuros u opacos con diferentes diseños de colores más vivos, pero, aún así, mates. Ese día, sin embargo, quiso ponerse una camiseta negra con la imagen de Eddie Guerrero, La Máscara Mágica, uno de los luchadores méxico-norteamericanos más importantes de los últimos años, a pesar de su muerte hace tres. Eduardo no sabía este dato y de hecho confundía a Guerrero con Rey Misterio, otro de los luchadores más significativos actualmente y que aún vive.

Llegó de Medellín hace casi 50 años junto con su padre, a quien le heredó el oficio de la sastrería, que vestía a gente como Pacheco y José MariaG Peñaranda. Él, por su parte, viste actualmente algunos artistas famosos y embajadores.

Cuando tenía 11 años comenzó a boxear pero le “fue mal en el boxeo porque sufría mucho de la nariz…, pero fui bueno pa’l boxeo”. Un tiempo después conoció en un restaurante cerca de donde vivía, donde actualmente queda el Palacio de Justicia, al Tigre Colombiano, uno de los luchadores más famosos de este país. A este hito del deporte le dijo: “Maestro, yo quisiera ser luchador” y él lo remitió a una escuela donde hizo pelea olímpica durante 8 años de los cuales 5 fue campeón nacional. Allí aprendió una llave de lanzamiento de brazo y cadera con la que ganaba por plancha todas las veces en menos de 25 segundos, incluso a sus profesores. Esta misma llave le permitió entrar a la academia del Tigre y así pasar a la lucha libre, profesional o de ‘los enmascarados’ (porque la máscara les da la identidad y la incógnita de la realidad) para aprender de lo quien él mismo llama “lo máximo que ha habido en todos los tiempos”.bw1

La lucha libre se divide en dos formas de pelea: Técnica y Ruda; la primera es en la que se cumplen las normas, la otra, en cambio, es en la que se permite todo. Parte de la pelea es mostrar enfrentamientos entre uno y el otro para que así el público apoye al “bueno” (al técnico) y abuchee al “malo” (al rudo) y le apuesta al que crea que va a ganar. Como buen estudiante del Tigre, Eduardo, que adoptó el nombre de El Olímpico, fue Técnico.

Durante este tiempo la gente lo aclamó como a la mayoría de Técnicos y como a la mayoría de estudiantes de Bill Martínez, El Tigre. Este luchador con nombre de animal fue el Pambelé, el Happy Lora de la lucha libre, que llenó la Plaza de Toros La Santamaría cada un de las veces que se presentó, fue al que los niños admiraban, al que la gente esperaba horas para ver luchar. Y Eduardo, El Olímpico, aprendió de él.

Pero luego se cansó de ser Técnico y se pasó a Rudo. Además pasó por las otras dos academias más grandes de lucha en el país: la de El Rayo de Plata y la de El Jaguar.

Los directores de estas tres academias eran los que manejaban la empresa de lucha. Aunque eran enemigos profundos, fueron los empresarios que impulsaron el deporte desde los 60’s hasta los 80’s y los que lograron una acogida impresionante por parte del público. Llegaron a ser más populares que los mismos boxeadores. Pero por falta de recursos, la lucha comenzó a olvidarse hace más de quince años y hace más o menos diez, las tres academias cerraron y sus directores se fueron para Brasil y Estados Unidos.

Mientras que en su carrera olímpica Eduardo fue campeón durante casi toda su trayectoria, en la lucha libre llegó hasta los niveles más altos de competencia pero nunca de campeonato. Y aunque tuvo la oportunidad de pelear con grandes figuras mexicanas, norteamericanas, y japonesas, muy pocas veces salió del país por no dejar su otro negocio de lado. A pesar de sus 65 años, su última pelea fue hace dos.

Hoy en día encontramos la lucha en sitios muy remotos de la ciudad (la mayoría en el sur, en gimnasios cerca al 20 de julio o a San Victorino), algunos de ellos muy peligrosos para salir a las nueve de la noche a buscar transporte público bogotano. En Cali es donde más se apoya a los luchadores actualmente y en donde pueden luchar deportistas como El Gemelo Diablo que lleva sólo 5 años practicando y desarrollando su herencia.

Este luchador no lo había hecho antes porque en el pasado “era un poco más celoso lo de la lucha libre…, para entrar uno”, dice.

Aún así para Eduardo no hay luchadores buenos para promocionar el deporte, muchos “lo único que hacen son payasadas”. Tampoco existen empresas buenas que estén interesadas en reactivar el espectáculo trayendo luchadores extranjeros. Esta opinión la comparte con su hijo que, por su parte, reconoce a varios luchadores por la calidad de su trabajo como La Sombra, El Destroyer, Hércules Negro, Golden Striper, y su compañero El Gemelo Diablo 1.

Hace un tiempo El Olímpico estuvo analizando la posibilidad de traer la lucha de empresas como la WWF (la academia de luchadores más grandes de Estado Unidos) pero el costo es muy elevado. Su esperanza recae en Kevin a quien le dice “sea serio, hable duro” y luego lo hace repetir los nombres de los luchadores como si fueran tablas de multiplicar, a pesar de que él ya los ha dicho con voz tímida, y con esa misma voz ha confesado que quiere ser luchador Técnico y que admira a su padre como el mejor luchador colombiano, a pesar de que él en realidad es Rudo.

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