¡Carajo! el mundo no está hecho para los bajitos

Déjenme contarles cómo iba a ser este artículo. Hace unas semanas, con cervezas en la mesa, llegó a mí la siguiente anécdota: Una buena amiga nos contaba el esfuerzo que tuvo que hacer para que la luz del baño de su oficina prendiera. Hasta ahí, con tan solo esa frase, nuestras caras eran de estupefacción y de no estar entendiendo el chiste prometido. Pero  vino la explicación entrecortada por sus propias carcajadas: su altura –algo cerca al  metro y medio- no era suficiente para que el sensor de la luz la leyera. No la detectaba, su materia pasaba desapercibida y debía resignarse a estar sentada en una taza con la luz apagada.  Afortunadamente, descubrió que saltando alcanzaba a activarlo y entre maroma y acto de contorsión –y muchas risas claro- logró lo que parecía una misión imposible.tall&short

Cabe resaltar que ella, con toda la madurez del caso, ha interiorizado suficientemente la frase “O te burlas de ti mismo o mueres”. No en vano estoy contando su historia en estas líneas. ¡Carajo! –pensé- el mundo no está hecho para los bajitos. No me malinterpreten, no se trata de algún intento de victimización y menos si se tiene en cuenta que les hablo desde el metro y 54 centímetros de estatura que reza en mi cédula de ciudadanía. Así pues, se empezó a cocinar en mi cabeza el plan de escribir una especie de reivindicación para aquellos a quienes no se les confirió la cualidad de dos piernas largas  ya sea por decisión de la genética o del azar.

¡No fue decisión nuestra! ¡Así nacimos y qué! Era el grito con el que comenzaría un listado de quejas entre las que figurarían por ejemplo, la falta de aire a la que nos enfrentamos en medio de las multitudes; el dolor de brazo al tratar de alcanzar las altas manijas de un Transmilenio para no caerse y de paso no agarrar algún desconocido en el intento; o la sentencia de un apodo con diminutivo otorgado por la fácil asociación de las palabras con las características físicas. Iba a proclamar la necesidad de la estandarización de los tamaños de acuerdo con la realidad del promedio colombiano que, diferente a lo que los grandulones piensan, no es otro que el popular “metro y medio”. Y ya que  el mercado no está dispuesto a darnos más variedad de zapatos en las tallas 35 y 36, estaba dispuesta a exigir, al menos, la implementación de escalones y escaleras en el mundo.quino

Tenía el pretexto perfecto y el punto de mi argumentación hecho. Además, con el radar prendido y gracias a las casualidades, el martes pasado me encontré con un enano, de los que venden “deliciosas combinaciones de chocolate y nuez” para sobrevivir, en uno de los buses cebolleros y atestados de Bogotá. Al verlo pedir ayuda para alcanzar el timbre que avisa la parada, la confirmación de mi punto de partida se volvió tangible y estaba listo para ser escrito. Sin embargo, el tono no me convencía del todo. Verán queridos patas de palo, señores cuello de jirafa, con un récord de 1.60 centímetros en sus registros, lo he dicho antes y lo mantengo, pero sería bueno que lo entiendan de una vez por todas: ¡La estatura no nos acompleja!  Sin embargo, les estaría diciendo mentiras si les digo que todas estas historias y situaciones –que también yo he protagonizado- no me suscitan carcajadas.

Ante tal ambigüedad, el artículo perdía fuerza y pensé en descartar la idea de hacerlo. Así pasaron unos cuantos días y nuevamente, con una par de cervezas en la mesa, le contaba a otra amiga todo lo que ustedes ya saben. La risa fue una constante pero me dejó boca abierta su reacción.  “¡Acaso tu no crees que los gigantones también sufrimos!” Esto lo decía protestando por el metro y 80 que tiene encima y que yo hasta ese momento notaba. Luego, lo que vino fue un larguero de situaciones en las que ella –también- ha sentido que el mundo no está a su medida.

Entre otras, mencionó el dolor de rodillas al tratar de sentarse en un bus; la tortícolis al entrar en uno de los vagones de Transmilenio y el rechazo en las pistas de baile por la ausencia de valientes parejos para los que las largas patas no son problema. Finalmente, la discusión que transcurrió entre argumentos opuestos, me llevo a pensar lo siguiente: El mundo no está hecho para nadie pero sobreviviremos. Y quizás, no está mal pensar que para cada chiquitín hay en el mundo un gigantón que pueda darle una mano. Ojalá exista tal regulación natural mientras que los diseñadores y productores de inmuebles públicos siguen alimentando la aparición de este tipo de historias. Por ahora, nada mejor que practicar la auto-burla, como si fuera la única opción que tuviéramos.

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