Baños

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Después de un viaje de dos horas en bus llegamos a Baños, un pequeño pueblo ubicado entre dos montañas y a la orilla del río Pastaza. Lo primero que hicimos fue buscar un hostal dónde quedarnos y después de recorrer algunas calles encontramos la Princesa María, una casa que un señor llamado Saúl utiliza de vivienda y hostal.

Baños es un lugar que se caracteriza por sus piscinas termales y por los deportes de aventura. Nosotros decidimos dedicarnos a lo segundo. A la mañana siguiente ya estábamos montados en bicicletas con rumbo a las cascadas que quedan aproximadamente a dos horas del pueblo. El camino recomendado para llegar a ellas es por la vía principal del pueblo, a través de rutas angostas que compartimos con carros que no se esforzaban mucho en esquivarnos.

La gracia de subir a las cascadas era parar en cada una de ellas y lanzarse en Canopy o Bungie. Así fue como decidimos parar en una de las primeras, lanzarnos en Canopy  sobre el río y luego continuar nuestro camino hacia la siguiente.

Después de dos horas pedaleando finalmente llegamos al Pailón del Diablo, la cascada más grande que desemboca en el Pastaza. Dejamos las bicicletas en el borde de la carretera y bajamos por un camino de madera hacia la cascada. Pasamos por un camino empinado y terminamos en un pequeño lago.

El regreso fue un poco más sencillo, simplemente montamos las bicicletas en un que regresaba  a Baños.  Esa noche fuimos a comer, cenamos pasta y vino y la cuenta no nos salió a más de 15 dólares entre los dos, en Colombia se come demasiado caro.

El segundo día el plan fue salir a hacer rafting. Salimos con un grupo de argentinos y chilenos. En esta época se encuentran de vacaciones y a cada lugar al que vamos nos encontramos con grandes grupos visitando Ecuador. A las nueve de la mañana nos recogió una Van y nos llevó a la zona más alta del Pastaza. Después de unas breves instrucciones estábamos listos para empezar, pero antes de salir río abajo debíamos lanzarnos desde el puente para prepararnos para lo que nos esperaba. El puente tenía unos 20 o 30 metros, pero desde arriba parecían muchos más. Decidimos lanzarnos uno detrás del otro, empezaron los chilenos y detrás de ellos siguieron los argentinos, yo me quedé de último.  Me paré frente al borde y lo hice, no tuve tiempo de pensarlo un segundo, si no de seguro no lo hacía.

Después de la iniciación podíamos seguir. Nos montamos en el  bote con unos argentinos y unos franceses de otra excursión. Empezamos a bajar por el río y nos topamos con los primeros rápidos, teníamos que remar fuerte para evitar que el bote se fuera de lado. Después de tres rápidos ya más de uno había caído al agua, así que a los que no lo habíamos hecho nos hicieron saltar del bote y continuar el camino en el agua. Nadamos unos cuantos minutos y llegamos a otro rápido, nos revolcó varias veces – creo que nunca había tragado tanta agua en mi vida – . Después de unos cuantos moretones contra las piedras, finalmente salimos a otro tramo calmado y volvimos al bote.

En  los últimos minutos del paseo empezó a llover y el viaje se hizo aun más interesante, debíamos remar cada vez más fuerte para llegar a la orilla porque la corriente estaba muy fuerte. Con algo de esfuerzo, logramos llegar a uno de los bordes y  sacamos el bote del agua.

Ya de regreso, almorzamos algo por el camino y volvimos a Baños. Esa tarde preparamos las maletas y salimos a dar una última vuelta por el lugar. Nuestro bus salió a las  10:30 de la noche, la idea era poder viajar toda la noche y ahorrarnos así una noche de hostal. Ahora vamos rumbo a Montañita, he oído hablar mucho de este pueblo y de sus fiestas, espero que cumpla con mis expectativas.

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