¿Qué fue del Festival Centro? Russian Red

Quedamos con ganas de saber los más mínimos detalles sobre el enorme despliegue del Festival Centro que emocionó a los bogotanos durante la semana pasada. Les compartimos un testimonio de lo que fue ver en tarima a la guapa española Russian Red.

Un fan más

 Por Andrés Franco Harnache.  

 Calle decima con carrera tercera en Bogotá. Viernes 18 de enero de 2013. 8 de la noche. Una fila es reemplazada por otra. Una fila que crece hacia los cerros y luego gira hacia el norte hasta perderse en la oscuridad de paredes de adobe. Casas coloniales. Hostales, cafés, librerías. Casas humildes y hasta burros cargando barriles de plástico en el lomo. Hipsters, hippies, gente normal llegando en taxis o en carros impolutos. Parqueaderos, restaurantes con velas en el centro de sus mesas y etiquetas de MasterCard y Visa en la entrada. Son las ocho de la noche y la fila para ver a La Phonoclorica es reemplazada para ver a Russian Red, banda española y gran protagonista de la noche.

Amigos que buscan amigos, que se meten sin querer a la fila mientras saludan y ríen efusivamente. Extranjeros, gringos en shorts o en jean y camiseta. Vendedores ambulantes que entre los dulces y cigarrillos venden cerveza al clima. Una excitación contenida en el aire. No es la fila de fanáticos para ver a ver a Metallica o Paul McCartney, pero se siente la expectativa en cada brinco, en cada risa, en cada mano nerviosa que tiende la boleta de 11.000 pesos comprada por internet e impresa en casa.

Russian Red

Es mi primera vez en el Festival Centro y llego temprano. Voy primero por un café, por una cerveza y luego busco con mi novia amigos en la fila que rodea la Fundación Gilberto Alzate Avendaño. Los amigos no tardan en aparecer, en hacernos entrar, en reírse, en conversar. A las nueve comienza a moverse la fila y no paro de afirmar, sin mucho convencimiento, que la banda es buena, es excelente. Y lo digo aferrándome a la boleta, como inseguro de mis palabras o del adjetivo usado. Buena, pero qué tanto. Lo suficiente para quererse dejar llevar, dejarse sorprender, tomar fotografías. Ya adentro del edificio colonial la fila se parte en dos: los que tienen manilla, habiendo pagado por todo el día de conciertos, y los que sólo habían pagado para Russian Red. El espacio colonial es remplazado por un moderno auditorio de a lo sumo 500 sillas de tela acolchada. Sin ser la boletería numerada, los asistentes se expanden como hormigas tratando de ocupar los mejores puestos para su grupo de amigos. Terminamos atrás, pero centrados y con buena vista del escenario: una batería al fondo y varias guitaras Gibson brillantes paradas en soportes hacia el público.

Y en el calor de un auditorio lleno, repleto y sin ventilación, comienza la música. Las luces de la sala se apagan y se prenden las del escenario, de colores atenuadas por el humo artificial y programado. Un claro oscuro se tiende sobre la banda. Hay un contraste, del tipo barroco español, para recibir aquel indie suave, melancólico, que va con la música. Música en el inglés perfecto de una española ceceante, de mini falda caqui y blusa beige. Un hombre en la batería, con flequillo largo al estilo hipster, y otro al lado de la mujer con la guitarra rítmica. Un concierto de una hora, una hora emotiva. El último concierto de una gira de dos años con un público emocionado, que canta algunas canciones por lo bajo y que grita ´mamasita´, ´guapa´ y ´papasito´ a cada uno de los asombrados, para bien, músicos. Aplausos y aplausos, porque es con la música en vivo, mostrando la calidad de un proyecto bien trabajado, que se forman fans, hinchas musicales que no dudan salir del recital y comprar emocionados el CD que antes habrían titubeado en comprar.

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